Las fronteras dividen, son trazos que delimitan los espacios materiales que habitamos, los territorios. Estas son las visibles, las que reconocemos en el dibujo de los mapas, las que se disputan en las guerras, las que nos nombran extranjeras, en las que se sostienen los flujos migratorios y cuyo muro se defiende violentamente. Y, sin embargo, la frontera material, la que podemos cruzar pasaporte en mano, la que nos da existencia a través de la nacionalidad, se sostiene en las fronteras invisibles, aquellas que en la definición de lo propio cancelan otras verdades y otros lugares desde los que el mundo es.
Pensar las fronteras invisibles, las que nos atraviesan y nos dan lugar simbólico es arriesgar la comodidad de codificación aprendida en el patriarcado para desplazarla y encontrar otro lugar en el que, nombradas las resistencias, poder hablar de cómo vivimos este mundo de fronteras, de cómo afectan la vida de las mujeres y de cómo tejemos estrategias para resistir y reparar la violencia machista que estas fronteras – y quienes las defienden – ejercen contra las mujeres y sus hijos e hijas.
Desplazar la codificación aprendida en el patriarcado nos interpela a pensar también el lugar – el propio – desde el que pensamos el mundo. En este contexto es una oportunidad retomar como inicio el término INTERSECCIONALIDAD, una palabra que Kimberlé Williams Crenshaw, académica y profesora estadounidense especializada en el campo de la teoría crítica de la raza, acuñó en 1989 para nombrar “el fenómeno por el cual cada individuo sufre opresión u ostenta privilegio en base a su pertenencia a múltiples categorías sociales”.
La interseccionalidad tiene sentido, como dice Rita Segato, si la entendemos como resultado de un proceso colonial, pero que cuando estas categorías se convierten en clichés matan el pensamiento. La interseccionalidad no puede no puede ser entendida sólo desde el presente, sino que requiere del camino transitado, como contexto, para poder analizar debidamente este presente
En consecuencia, la interseccionalidad precisa de práctica para nombrarse, de la práctica que es y que ha sido el partir de sí, una práctica política heredada del movimiento de las mujeres, y que proponemos como acción eficaz y radical de transformación del mundo, de un mundo que queremos libre de violencia machista.
Así pues, la práctica de partir de una misma para entender y nombrar la interseccionalidad, como práctica de lo vivido y lo transitado, partiendo de una misma para nombrar el mundo y compartirlo sin caer en la tentación patriarcal de ser la medida de las otras, dejando lugar a la singularidad. Partir de sí como movimiento de equilibrio que mantiene unidos el dentro y fuera, lo subjetivo y lo objetivo, en la lectura de la realidad, de hacer hablar a nuestras vivencias sentimientos, contradicciones y deseos, puesto que de este modo hacemos hablar al mundo, porque con el mundo tenemos continuas conexiones y estas conexiones son nuestro mapa, un mapa sin fronteras.
Esta es una práctica que abre a la posibilidad de poner en primer lugar las relaciones humanas y de reconocer las relaciones entre mujeres como lugar de intercambio simbólico, lugar de reciprocidad, lugar de palabra y acción, de búsqueda de mediaciones que acogen la necesidad de ser, más allá de las mediaciones dadas por el patriarcado, casi siempre lejanas, impersonales y fuera de contexto, que se superponen a la realidad de las cosas y la tornan rígida, impidiendo la posibilidad de ser contexto de trasformación del mundo.